lunes, junio 27, 2005

Universidad y docencia igual a ciencia: Primera Parte

(Publicado en Revista Catarsis Número Cero)

Universidad y docencia igual a ciencia

Por Víctor Martínez1

Universidad, docencia y ciencia, conceptos que en la cotidianidad se suponen relacionadas, entrelazadas, contiguas, es más, se les considera de la misma estirpe y valor. Condición que se expresa y se palpa en la realidad cotidiana del iletrado pero también del docto. Esta situación es parte de la realidad de los personajes integrantes de los espacios educativos, universitarios y no universitarios, aunque, claro, prevalece en mayor medida en la realidad Universitaria.

Trataré de explicar esto último, sin rayar en lo inconexo, espero; la universidad representa para numerosos hombres y mujeres la verdad de las verdades; es verdad porque proviene de la investigación, investigación que es científica, ciencia que se encuentra en todos los espacios y seres que constituyen a la Universidad, entonces el docente representa en cierta forma a la ciencia, la que conocemos, claro está, o la que suponemos conocer. Esto último es el traje de luces del docente con el que se enfrenta al toro salvaje de la realidad azuzada por su disciplina, a los cuestionamientos punzantes del hombre común, a las demandas de sus capacidades por la sociedad; aunque al final de cuentas no la conoce, no la practica, no la enamora, no la ofrece genuinamente, no la reconoce honestamente y no la deja ser libre, pero la utiliza. Aclaro que esta expresión no es única y exclusiva del docente, es generalizable a las instituciones educativas –a todos sus espacios y personajes.

Ahora me pregunto cómo puede ser que algo se use pero no se conozca, cómo se puede usar sin respetársele, cómo se le puede usar sin protegerlo, cómo se le puede usar sin reconocerlo auténticamente. Aclaro, me refiero a las condiciones exclusivas, particulares del Noroeste del País.

Este “chillido en el desierto” será sazonado con peroratas que se refieren a diferentes construcciones teóricas que definan el mundo universitario y el mundo que circunda e influye en el mismo.

Conspicua realidad humana y Universidad.

No podemos negar la hambruna física de nuestros pueblos ni la espiritual, pero tampoco podemos negar la existencia de un mundo paralelo donde no hay límites ni para todas las manifestaciones tecnológicas, de hecho este mundo tecnificado ve con recelo y de reojo a aquél mundo bárbaro, retrógrada a las de las carencias y necesidades más primitivas. Hoy nuestras sociedades y personas aspiran distanciarse de ese mundo primario y aproximarse, si no que fundirse, a ese mundo “feliz” de la tecnología. Claro, con sus respectivos riesgos, la pérdida de la esencia humana, que no es una condición obligada en ese mundo nuevo.

Ahora bien, como nuestras sociedades pueden tener acceso a ese mundo prometedor, bueno, una de las vías, no la única, es la Institución educativa –léase educación formal– en todas sus presentaciones posibles. Bien nos dice Francisco Gutiérrez (1974), en su obra Pedagogía de la Comunicación:

“En una sociedad tecnificada el objetivo número uno de la educación no puede ser otro que la instrucción y la especiali-zación. Pero si lo que deseamos es una humanidad en la que se pueda vivir inteligentemente, tal vez necesitemos verificar algunos cambios de inmediato”.

No podemos escapar a los modelos de vida nacientes pero lo que no podemos es perder en la transición, si es que la hay, la esencia, nuestra humanidad, la espiritualidad de nuestra especie, y, a mi parecer, los responsables de los nuevos productos son también responsables de las consecuencias y artífices de enmendar o prevenir las fallas del mismo.

¿Esta es una condición nueva para nuestro país? Mediáticamente, sí, pero veamos lo que nos comenta Julia Flores (2000):

“El impacto de la globalización en los países en desarrollo produce nociones conflictivas sobre la modernidad y la modernización. Los procesos de diseminación de la tecnología y democracia occidentales después de la Segunda Guerra Mundial han contribuido a crear estas contradicciones. la globalización asume entonces diversas capacidades , centrípetas y centrifugas; disemina en todo el mundo valores, formas de pensamiento y organización política modernas (competencia, democracia, derechos humanos), a la vez que alimenta la creencia de que dominio tecnológico provee los medios y el poder de resistir a cualquier hegemonía”.

Al parecer nos corre prisa por incorporar las urgencias de las naciones en desarrollo, mismas que le fueron prioridades en el siglo pasado. A nosotros apenas en éste. Creo que en nuestra carrera nos queremos aligerar y lo primero que hemos tirado es nuestro proyecto de Mexicano, o de persona con alto sentido humano. Este proceso de humanización lo está perdiendo o lo ha perdido la institución educativa, condición nada envidiable que la expresa en sus ideas lúcidas siempre, Merani (1969), idea con la que deseo terminar esta primera sección, a saber:

“Ciencia y filosofía aparecen así sin relaciones reales; a la primera se termina por asimilarla con la técnica; a la segunda, se le niega valor de conocimiento concreto. …El conoci-miento del hombre pasa así a manos de de un «tecnozoísmo» que lo asimila con el estudio de las máquinas, o de una metafísica estéril, vacía de significado porque en sus bases no campea ningún valor real”.

(Continuará…)

1 El autor es docente de la carrera de Psicología en UABC y CUT, Tijuana

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